Cuando
pensábamos que la época del “todo vale”, en la que una Consejera de Cultura sin
demasiados escrúpulos con el dinero público como Carmen Calvo (“estamos
manejando dinero público y el dinero público no es de nadie” decía ufana en una
entrevista de los años gloriosos) inauguraba a bombo y platillo una exposición
de los reyes del “fleco que viene y va” (léase Victorio & Lucchino) en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo al
grito de “¡la moda es arte!”, había pasado a mejor gloria, vienen ahora los nuevos
responsables del ICAS sevillano a traernos ostentosamente disfrazado de sí
mismo por un puñado de modistas y modistos (entre los que repiten el dúo
Victorio & Lucchino) al pobre de Zurbarán. En esta ocasión se han acordado
de sus santas, de los trajes de las santas y de los volúmenes de los trajes de
las santas. Y han confeccionado con todo ello un evento cultural al que han titulado sin mucha imaginación “Santas
de Zurbarán: devoción y persuasión”. Seguramente convencidos de que lo que
falta de devoción por el arte queda
compensado con lo que sobra de persuasión
por el éxito comercial.
Santa Casilda. |
A estas
alturas de la historia casi todo el mundo sabe que pretender “poner a
dialogar”, como se jactan en repetir los papagayos de la cosa, a Zurbarán (un
pintor profundo y radical donde los haya) con diseñadores como Ágata Ruiz de la
Prada, Roberto Torreta o los Victorio & Lucchino es como pedirle a Falete
que glose los versos del Cántico Espiritual. O sea, una carnavalada más, y otra
ocasión perdida. Distinto hubiera sido, por ejemplo, enfrentar Zurbarán a
Balenciaga, posiblemente el único modisto español que resista una exposición de
estas características. Pero esa habría sido una apuesta más compleja y mucho
menos vistosa y populista.
Una cosa es
democratizar la cultura (operación, por cierto, siempre arriesgada que no está
al alcance de cualquiera) y otra, muy distinta, desvalorizarla y frivolizar con
ella hasta el escarnio.
Esta vez le ha
tocado el turno a Zurbarán y escuece especialmente que se use su nombre y unas
cuantas de sus obras (a propósito, casi todas ellas traídas del Museo de
Sevilla y otras colecciones españolas) para hacer creer al pueblo que los
trajes y los cuadros que ve en esas salas merecen la misma consideración
artística “porque yo lo valgo”.
Nada ha
cambiado por estos lares, si acaso ahora cuesta un poco más que antes encontrar
el dinero, lo que hace que me acuerde de las palabras de Talleyrand cuando
decía: “nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado
gracias a la falta de dinero”.
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