Este es el texto que escribí para la última exposición de Felipe Ortega-Regalado en la galería Birimbao de Sevilla en el 2013.
MAGIAE
NATURALIS
Hay ojos que
cuando ponen su vista en el pasado regresan cargados de futuro. Y miradas que
cuando escudriñan en el interior revierten lo aprehendido en un despliegue de
seres imposibles. Los ojos de Felipe son así, los de un poeta iluminado por el
fuego suave de una fantasía que prende en la mecha siempre solícita de lo
surreal, de lo imprevisto y no esperado. Son ojos de poeta que dibuja.
Felipe ha ido
levantando con el tiempo una taxonomía visual que entre la alucinación y el
intelecto parece reinterpretar en clave artística el inmenso legado de Linneo.
Una taxonomía que más que un trabajo de campo requiere del concurso de la
cultura o, lo que es lo mismo, de la memoria del saber contenido en los libros.
También la imaginación se alimenta de cultura y será más fértil cuanto más
culta.
poema de un solo verso. |
El catálogo de
imágenes expuesto en esta ocasión, impregnado de un explícito biomorfismo tan
lírico como extravagante, lleva la inconfundible marca del artista, que ha
hecho de su imaginación sede fabril de los más refinados caprichos naturales. Y este libro de la naturaleza depurada por el
filtro de la cultura reclama del lector un exigente ejercicio de concentración.
Dibujos que precisan de un cierto aislamiento para ser degustados, que exigen
espacios vacíos entre ellos y un silencio que nos lleve de la contemplación a
la meditación o, casi mejor, al pensamiento ensimismado. El dibujo en Felipe es
una actitud mental, su estilo es su carácter. Y en sus líneas vibrátiles y en
sus deliciosas curvas habita una colonia de murmullos al oído, un bisbiseo de
confidencias y noticias enigmáticas dichas en voz baja, sí, pero con un ligero
enfebrecimiento del lenguaje, como si a su gramática privada le hubiera subido
unas décimas la temperatura.
Una visión, la
de su mundo, que nos produce un placer especial pues nos hace olvidar nuestro
mundo real y desencantado y nos lleva más allá de las evidencias cartesianas.
Un mundo que nos facilita, en suma, una salida hacia una naturaleza maravillosa
y de una insólita belleza. Las imágenes de Felipe deben leerse sin hacer mucho
caso a las clásicas categorías de belleza y perversión. Son más bien un
ornamento y su conjunto forma una de las más sofisticadas ornamentaciones que
por aquí se han visto. Son, al tiempo, una declaración de principios, una manera
de ser y de querer estar en el mundo (también en el del arte). Y todo ello dicho limpiamente, jugado en
buena lid o, como dice el autor, “sin parabenes”, es decir, sin añadidos ni
aditivos. Dibujos como accidentes en
los que la tinta ejecuta una danza libre de tan ensayada, espontánea pero
exacta, en la que el movimiento al improvisarlo parece autogenerarse. Es como
si Felipe solo tirara del hilo y las formas de representación se levantaran.
lento |
Su singular
“prodomus”, seductor como un pecado de la carne, poblado de tallos, raíces,
bulbos, pedúnculos, nervaduras foliares, pétalos y estilos, semillas, espigas
florales y otras formas turgentes y carnosas del mundo vegetal es, en realidad,
un teatro de marionetas, todo lo naturales e inocentes que se quiera creer pero
a riesgo de dejarse engañar por los sentidos. Marionetas como cuerpos
fructíferos que se sostienen ingrávidos en el aire. El Libro de las Plantas de
Felipe es cualquier cosa menos inocente y bastante más civilizado que natural.
De ahí que algunas de sus imágenes, por la elección de su combinatoria, rocen a
veces lo perverso. Nuestro ojo es capaz de identificar formas, de verlas como
tales por separado, de hacer comprender a nuestra mente su individualidad pero
lo que nos confunde –y a la vez nos fascina- es su combinación bizarra. Felipe
consigue desorientar nuestra lógica a la manera de un Jerónimo Bosco pasado por
el fino tamiz de la decoración mural pompeyana que el descubrimiento de la
Domus Aurea de Nerón en el siglo XVI volvió a resucitar en la Italia
renacentista. Con estos mimbres –y quizá los de algún grabador audaz como
Grandville, Odilon Redon o el británico Beardsley- (selectísimas compañías por
otra parte) Felipe ha elaborado con meticulosidad de monje medieval un catálogo
de imágenes florales que haría las delicias del más sibarita de los espíritus
surrealistas. Al no romper las formas sino solamente alterar la lógica
combinatoria ha conseguido crear nuevas armonías y relaciones que aun siendo
extrañas consiguen mantener los equilibrios sin prescindir de la belleza. Y en
esta alambicada ecuación encuentra el ojo su camino hacia la magia.
Representaciones
que traspasan los límites del signo bien cifrado y se imponen como presencias a
veces inquietantes, otras deliciosas y puede que, en algún caso, hasta
obscenas. Composiciones que por estar inverosímilmente yuxtapuestas no permiten
una correcta identificación de cosa existente alguna. Caprichos que propician la liberación de lo real, abriendo las
puertas a lo imaginario para fundar mundos nuevos en este mundo nuestro de
cosas conocidas y que, en última instancia, consiguen trasladarnos al siempre
agradecido espacio de la seducción. Dibujos como conjuros con una abierta y
desacomplejada voluntad estética, levantados sobre la ilusión de que existe
algún orden capaz de sostenerlos, aunque sea en el vacío de su propio
encantamiento. Y paradójicamente, libres de toda afectación. Una imaginería
vegetal que consigue superar la naturaleza impuesta apostando por otra
inventada e ideal.
Felipe O-R en Birimbao. |
La tarea de
Felipe como artista, hoy como ayer, sigue siendo cifrar la fantasía, dar carta
de naturaleza al artificio y hacer de las asociaciones imprevistas una
cosmogonía coherente, levantar un mundo otro, fuera del orden natural pero con la naturaleza como principio y medida, construido a golpe de sofisticación, sensibilidad y combinatoria de las formas. Un mundo bello y
subversivo, perverso y refinado, el biotopo ideal para su arte.
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