viernes, 25 de febrero de 2022

Montepecho. Félix de Cárdenas

 

 Montepecho, óleo sobre lienzo, 1991. 100x81 cm

Félix de Cárdenas



Si hay un cuadro, en la pintura de Félix de Cárdenas, donde la integración de los géneros del paisaje, el bodegón y el desnudo se produzca del modo más fluido y feliz es, sin duda, Montepecho. El pintor ya lo había ensayado –y lo seguirá haciendo en el futuro- en la segunda mitad de los años ochenta (recordemos, por ejemplo, Bodegón de la piña de 1986 o el magnífico Bodegón del limón con el molino de Benalosa de 1988) pero es ahora cuando el tercer género, el desnudo, aparece de forma menos alegórica, más explícita.

Son conocidas las reservas del artista sobre la eficacia plástica y poder de sugestión del cuerpo desnudo, especialmente femenino, en la pintura moderna. Su desconfianza, en este sentido, le ha llevado a utilizar otras estrategias que han enriquecido, de manera muy sabrosa, su iconografía; la más generalizada es la alegoría gastronómica a base de frutas, plantas hortícolas y útiles de mesa. Así higos y granadas aparecerán a menudo como alegorías frutales del sexo femenino mientras que la berenjena o el cuchillo harán las veces del masculino. No son, pues, meros cuerpos desnudos con sus limitados efectos visuales y libidinales sino que en tanto que alegorías de la vista, el gusto y el tacto cobran una dimensión que, sin olvidar su poder de sugestión, es, a la vez, conceptual y reflexiva. Por si fuera poco, el paisaje aquí también está preñado de un manifiesto erotismo expresado en las redondeces y turgencias de las formas, no solo por la suave ondulación de la colina coronada por una inverosímil construcción rural que más bien parece un rosado pezón, sino por la cimbreante danza cruzada de los largos tallos rematados en grandes hojas que tienden a la forma del roleo vegetal.

Toda la composición parece como ingrávida, sostenida sin esfuerzo en el aire por lo que bien pudiera ser una gran hoja de parra o una vaina abierta en la que se concentra la carga más significativa de color. Y será, de nuevo, la disposición y aplicación del color lo que terminará haciendo de esta obra un cuadro memorable: de los tonos cálidos de abajo se asciende sutilmente  hacia una gama más fría conforme se alcanza la parte superior, sin solución de continuidad, creando un clima como de ensoñación y enigma, idóneo para el reflejo de ese lugar ideal, síntesis de pensamiento y sensualidad.

 

 

 

 



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