Montepecho, óleo sobre lienzo, 1991. 100x81 cm
Félix de Cárdenas
Si
hay un cuadro, en la pintura de Félix de Cárdenas, donde la integración de los
géneros del paisaje, el bodegón y el desnudo se produzca del modo más fluido y
feliz es, sin duda, Montepecho. El
pintor ya lo había ensayado –y lo seguirá haciendo en el futuro- en la segunda
mitad de los años ochenta (recordemos, por ejemplo, Bodegón de la piña de 1986 o el magnífico Bodegón del limón con el molino de Benalosa de 1988) pero es ahora
cuando el tercer género, el desnudo, aparece de forma menos alegórica, más
explícita.
Son
conocidas las reservas del artista sobre la eficacia plástica y poder de
sugestión del cuerpo desnudo, especialmente femenino, en la pintura moderna. Su
desconfianza, en este sentido, le ha llevado a utilizar otras estrategias que
han enriquecido, de manera muy sabrosa, su iconografía; la más generalizada es
la alegoría gastronómica a base de frutas, plantas hortícolas y útiles de mesa.
Así higos y granadas aparecerán a menudo como alegorías frutales del sexo
femenino mientras que la berenjena o el cuchillo harán las veces del masculino.
No son, pues, meros cuerpos desnudos con sus limitados efectos visuales y
libidinales sino que en tanto que alegorías de la vista, el gusto y el tacto
cobran una dimensión que, sin olvidar su poder de sugestión, es, a la vez,
conceptual y reflexiva. Por si fuera poco, el paisaje aquí también está preñado
de un manifiesto erotismo expresado en las redondeces y turgencias de las
formas, no solo por la suave ondulación de la colina coronada por una
inverosímil construcción rural que más bien parece un rosado pezón, sino por la
cimbreante danza cruzada de los largos tallos rematados en grandes hojas que
tienden a la forma del roleo vegetal.
Toda
la composición parece como ingrávida, sostenida sin esfuerzo en el aire por lo
que bien pudiera ser una gran hoja de parra o una vaina abierta en la que se
concentra la carga más significativa de color. Y será, de nuevo, la disposición
y aplicación del color lo que terminará haciendo de esta obra un cuadro
memorable: de los tonos cálidos de abajo se asciende sutilmente hacia una gama más fría conforme se alcanza
la parte superior, sin solución de continuidad, creando un clima como de
ensoñación y enigma, idóneo para el reflejo de ese lugar ideal, síntesis de
pensamiento y sensualidad.
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