El sol ya declinaba y lamía con suavidad las grandes superficies y los pequeños volúmenes. Yo lo vi desde lejos, cuando me bañaba solo como todas las tardes de esa semana de julio en la playa de Caçela Velha. Lo vi bajar de una nube sin apenas movimiento de alas. Corrí hacia mis cosas porque me acordé enseguida de que en la mochila había metido la cámara de fotos. Lo hice sin pensar, casi como un acto reflejo. Me acerqué lo que pude pero con prudencia, sin querer ahuyentarlo. Y le hice la foto. Él estaba de espaldas, yo no sé qué miraba pero sus pies apenas rozaban la arena mojada.
Y después de apretar el botón ya no estaba. Fue apenas un segundo, el que se tarda en bajar la cámara del rostro. Levanté la cabeza, miré a todas partes pero ya no estaba.
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