Y venían los besos, arrobados, corrosivos,
largos besos palpitantes,
profundísimos besos sin acabamiento.
Y los ojos cerrados y la frente perlada
de un sudor destemplado, y un tremor en los labios.
Oh, sus ojos cerrados. Oh, maravilla de volverlos a ver.
No puedo sin ti, le decía entre beso y beso.
Y después, dejaba pasar unos segundos
y se lo volvía a decir: no puedo sin ti.
Y, en verdad, no podía sin él o, al menos,
así lo pensaba.
Finalmente se quedaba callado por un largo tiempo.
Y eso era el amor, ambos con toda el alma
consintiendo.
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