ALGUNAS MUJERES
DESNUDAS
La Gran Odalisca, Ingres |
Va ya para diez
años que decidí dedicar unos cuantos meses de mi tiempo a redactar lo que luego
se convertiría en una larga ponencia de unas Jornadas sobre arte moderno y
contemporáneo pero que en origen tuvo intenciones de ser libro. Libro, ya digo,
que menguó en ponencia básicamente por la combinación de desidia y falta de
confianza mías. El objetivo era reflexionar sobre la evolución sufrida por el
género del desnudo femenino desde los últimos años del Antiguo Régimen hasta
principios del XX, con la llegada de las Vanguardias. Por acotarlo
artísticamente lo titulé “El desnudo femenino: un itinerario de Goya a
Picasso”. Por si hay alguien que tenga interés en su
consulta decir que aparece en las actas de aquellas Jornadas publicadas bajo el
epígrafe de “El Cuerpo, Combinarte II” por el Ayuntamiento de Alcalá de
Guadaira en 2007. Digo todo esto no para repetir con variantes nada de lo allí
dicho y defendido sino porque ayer, revolviendo en mis papeles, me topé con
unas notas sueltas de las muchas que debí de tomar para la redacción de aquel
trabajo.
Ya se sabe –o al
menos lo sabemos los que tenemos por costumbre escribir con la esperanza de no
decir tonterías- que en la escritura de un libro o, incluso, de una ponencia
como ésta el volumen de lo escrito, anotado y, finalmente, desechado ocupa
bastante más que las páginas destinadas al escrutinio público. Así es mi método
de trabajo y así es como creo que debe hacerse cualquier labor que entrañe una
voluntad estética. La nota a la que, en
este caso, me refiero no encontró hueco en la versión final de la ponencia y
sin embargo hoy, extraída de su contexto, me sigue gustando y me parece que
contiene en su interior una sugestiva posibilidad de reflexión. Para poneros en antecedentes deciros que
hablaba sobre pintores que trataban el desnudo femenino desde un punto de vista,
digamos, “intelectual” en contraposición a otros pintores que abordaban el
género desde una posición más “sensual”. La nota dice literalmente así:
“Pintores
intelectuales como Ingres o Puvis de Chavannes logran desnudar a sus mujeres
sin causar perplejidad o desasosiego en el espectador, nos muestran desnudeces
tan serenas, invulnerables y olímpicas que no nos conturban sino, al contrario,
nos tranquilizan y consuelan. A la manera de un Giorgione o un Correggio las
desvisten sin vergüenza, como si fueran cuerpos del Paraíso en un mundo
imaginario creado por el pintor en el que el impudor no existe porque nunca se
ha experimentado; un mundo cerebral ajeno a la lascivia humana. ¡Qué diferentes
de la Venus de Cabanel (ilustración erótica para onanistas inconfesos) o,
incluso, y por otras razones, de la desnuda mujer de Manet en su célebre “Almuerzo
en la hierba” (con indudables prisas para vestirse después del apuro de esa
escena)! Ahí podríamos localizar la diferencia: mientras las mujeres desnudas
de Manet y Cabanel nos dejan la sensación de que van a vestirse en cuanto nos
vayamos (incluso siendo una diosa, lo cual es una enorme torpeza de Cabanel),
las de Ingres o Puvis de Chavannes no precisan volver al vestido pues ellas
mismas son su mejor traje”.
Almuerzo en la hierba, Manet |
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