EL FRESCO DE CECILIA
Cecilia Giménez tiene una pena muy grande porque ella no es
ninguna fresca y “¡el cura lo
sabía!”.
Su corazón de ochentaiún años no
está para que los reporteros de Ana Rosa y las televisiones de medio mundo
anden jugando al pilla-pilla con ella por las calles de Borja con la aviesa
intención de interrogarla sobre sus habilidades artísticas y destrezas
manuales.
Enfrascada en su fresco ella hizo
lo que pudo con una obra de escaso valor artístico que la iglesia dejó que la
humedad se la tragara lentamente con el paso de los años. “Hay que ver todo lo
que se ha formado” pensará la buena de la conservadora vocacional, “¡ni que
Elías García fuera Miguel Ángel!
¿Qué culpa tiene ella si no le
dejaron terminar su cirugía? Y es que en realidad lo de Cecilia Giménez nunca
ha sido la restauración. Eso es algo
que deja para los técnicos. Ella, como devota creyente de acreditado currículum,
apuntó siempre más alto y cuando al fin iba a lograr, después de toda una vida,
la genial transmutación de un Cristo
en Paquirrín, viene un vecino quisquilloso y acusica y monta el cirio.
La gente es ingrata y el
espectador anda ávido de chanzas y este verano, sin una sola alegría que
llevarse a las vísceras, la han tomado con la pobre de Cecilia que, como
mínimo, tiene el mérito de haber conseguido que millones de personas conozcan a
un oscuro pintor del XIX, hablen de arte y opinen sobre restauraciones
artísticas y, de paso, unos cuantos cientos entren de nuevo en una iglesia,
aunque solo sea para comprobar que, en efecto, la vida imita al arte.
Llevas toda la razón, como se nota que la gente se aburre y la ha tomado con la pobre mujer, pero así al menos se reivindica el arte :)
ResponderEliminarTe has ganado un admirador y felicidades por tu escritura ^^
Pretendía dejar un comentario. Pero al leer el anterior me he dado cuenta de que no se hacerlo mejor. Me adhiero a él =D
ResponderEliminarTu modestia te engrandece, y seguro que tu comentario hubiera enriquecido el blog. Un abrazo
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